Al final es siempre uno
Un ventarrón bravo de verano refutaba el aroma a polvo y cardos, el cielo resumía un cierre particular, casi poniendo en duda su propia existencia.
Nahuel acomodaba las últimas tropillas y Alicia disfrutaba con esas casi sombras chinas, unos cuantos brillos de charcos explotados en el aire daban veracidad a la escena.
Esos ojos de rojo y miel habrían de inquietar a más de uno, sin embargo, para ella no fueron una amenaza, por el contrario le recordó a la ajada vida de algún abuelo que nunca conoció, le recordó el cansancio y la lucha de una época que jamás vivió.
El estruendo de esas carcajadas la trajeron de vuelta, se animó y pidió permiso para sentase a su lado.
Nahuel tenia un rostro atemporal, lampiño sin premura, descollaba un brillo genuino. Sus manos… la piel de sus manos! como si a fuerza de curtirse con intemperie y sudor, se convirtió en una especie de cuero rojo, rígido, densísimo.
– Alicia no pudo evitar su inquietud original respecto a las manos, sabiendo que el Hacer y el Ser no son amigos del mismo charco, simplemente no hay explicación para ese interés original.
Pensó que aquel aspecto no tenia relación con la musicalidad con que vibraba su voz, y al mismo tiempo se preguntó: cómo vibraría su propia voz?
Estaba absorta con el relato pero no era el relato sino la vibración de la voz de Nahuel lo que la movilizó, tuvo certeza que podía elegir entre lo urgente y lo importante, supo también qué no hay una línea que separe lo áspero y grotesco de una naturalidad pura y sublime, está siempre de manifiesto si uno quiere pero en realidad no la hay, en definitiva, al final… es siempre uno.