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Agua que corre

Segunda parte

Conejo -El alma no necesita ni propone explicaciones, tal vez en eso llevamos delantera, nos desprendimos de la mente en viajes anteriores, cuando entendimos que no era necesario.

Alicia escuchó aquello y le encontró tanto sentido que soltó la charla estéril. Se sentó frente a la gran garganta de agua. Había llovido muy fuerte la noche anterior en la cima de las sierras y era la razón por la que en la garganta había un rugido potente, recargado. Una bruma imponente lo cubría todo, de arriba a abajo, sin oponer resistencia a la bravura de toda esa masa de agua. Lo quieto y lo vertiginoso eran uno solo con un magnetismo fascinante.

Alicia pensó: la vida que hoy vivo se parece a estos fenómenos naturales, lo que ocurrió en determinado tiempo y espacio se manifiesta en otro.

A menudo ella observaba con ojos de niña la vida, los sitios, paisajes, situaciones, animales.. era justamente su mirada naif lo que la conectaba con un sentir de arrobamiento y sorpresa infinita. 

Estancia La Ernestina, Córdoba, Argentina.

La mañana estaba espectacular para fotear, secó la lente y sus ojos antes de tenderse en la roca más plana que encontró, y conste que sus ojos no se enturbiaron por la niebla sino por la emoción. El verdín mojado ponía todo en modo caída libre… así que dar con un ángulo interesante y seguro, sin usar arnés ni golpear la cámara, requería serenidad y concentración.

En eso estaba cuando sintió en su espalda el franeleo del gran gato negro. Le cabeceó delicado, firme, insistente hasta la nuca y se acomodó como si quisiese tener la misma perspectiva. Ella giró su cabeza y se topó con los bigotes de Morocco, rió con ganas y vaya que lo amaba! Se le ocurrió entre risas que era un gato caído del cielo porque toda acción para él era impensada y natural.

Los pelos largos apelmazados por la humedad del ambiente le daban un aspecto realmente gracioso, Morocco no solía hablar como el conejo y a decir verdad no se tenían ni pizca de simpatía. Morocco era pura acción en vez de palabra, razón valida para que Alicia lo tomase como su maestro nato, confiaba en su sabiduría más que en ningún otro ser, el derrochaba todo eso que a ella le costaba. 

Así estuvieron los dos, con sus pupilas sostenidas por un sinónimo de mutualismo que era igual a estar uno adentro del otro, ni el pestañeo ni los reflejos del entorno en el iris eran capaces de interrumpir esa comunión. 

Alicia se dio cuenta que nunca lo retrató y pensó que el conejo tenía un poco de razón, y ante lo que EXISTE Y ES de un modo irrevocable, vivido en cada vestigio del ser, no hay necesidad de nada que lo recuerde o reviva, ni mucho menos una foto.

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